A cidade imperial e a cidade miserável I*

 

 

 

 

 

Mike Davis

 


Mike Davis, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, acaba de publicar en la Editorial Verso de Londres su esperado libro sobre las ciudades miseria en la economía remundializada de la globalización neoliberal [“Planet of Slums”]. Con tal motivo, Tom Engelhardt le hizo una entrevista en dos partes, que reproducimos a continuación. Acaba de traducirse al castellano su también reciente libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, Viejo Topo, Barcelona, 2006).SP

“El caos no siempre entraña una fuerza maligna. El peor escenario imaginable siempre es aquél en que la gente es silenciada. Su destierro se hace permanente. Se está produciendo una selección implícita de la humanidad. Se designa a las personas que deben morir y se olvida el asunto del mismo modo que olvidamos el holocausto del SIDA o que acabamos siendo inmunes a las llamadas de socorro de las hambrunas. Hay que despertar al resto del mundo, y los pobres de las ciudades miseria y las barriadas degradadas están experimentando con un amplio abanico de ideologías, plataformas y modos de utilización del desorden: desde ataques casi apocalípticos contra la propia modernidad hasta atentados de vanguardia para inventar nuevas modernidades, nuevas clases de movimientos sociales.

“Pero uno de los problemas fundamentales estriba en que, cuando se tiene a tanta gente luchando por puestos de trabajo y espacio, la forma obvia de regularlos es mediante el surgimiento de padrinos, jefes tribales, líderes étnicos, que operan todos sobre principios de exclusión étnica, religiosa o racial. Esto tiende a crear guerras  autoperpetuantes, casi eternas, entre los propios pobres. De modo que en la misma ciudad pobre puede hallarse una multiplicidad de tendencias contradictorias (gentes adorando al Fantasma Sagrado, o uniéndose en bandas callejeras, o formando parte de organizaciones sociales radicales, o convirtiéndose en clientes de políticos sectarios o populistas)”

I. El nivel cero de la humanidad

Mike Davis luce pelo corto y bigote canosos, aunque conserva su hechura de tipo no muy alto pero compacto de hijo de carnicero que en su día acarreó piezas de carne para su padre en el suburbio de El Cajón, en San Diego. Sin apenas tiempo para respirar, te hace subir a su vehículo todoterreno y te lleva a ver McMansion's [en Estados Unidos, es un término popular peyorativo para designar los grandes chalets de estilo homogéneo, tan ubicuos en las afueras de las grandes ciudades y carentes de originalidad arquitectónica como los restaurantes McDonald's. N. del T.], en el extrarradio de San Diego, para acto seguido acercarte hasta las inmediaciones de la frontera con México a ver la controvertida valla que acaba de construirse (en la que tenemos una pelea con la Patrulla de fronteras). Davis es el guía de tus sueños, una especie de enciclopedia andante capaz de dar cuenta de cualquier cosa extraña o fascinante acerca del Sur de California. Ni el más nimio detalle del paisaje deja de recibir un comentario, una breve descripción o un análisis en profundidad. El puente sobre la Interestatal que cruzamos en algún lugar del desierto lejos de la ciudad es el que contiene más cemento armado de todo el país. Mike Davis es capaz de identificar cada uno de los buques militares que se entrecruzan en el puerto azulado de San Diego, y cada nave recibe su crítica correspondiente, de la que tampoco se libra el suave aterrizaje de un helicóptero de la Marina ("¡Mira qué juguetitos tiene la Marina!").

Una lectura rápida de las ofertas del mercado inmobiliario local va seguida de la queja de que "¡hoy en día de lo único que se habla en San Diego es del valor de las propiedades inmobiliarias!". No deja de señalar cada una de las bases militares por las que pasamos. "La gente no se da cuenta de la cercanía de los militares. No advierten la muerte que les rodea, las plataformas asesinas. Simplemente, es algo que obvian". Aquí y allá, sin pausa posible, va emergiendo un extraño recuerdo de tiempos pasados. ("Lo único bueno que tuvo haberse criado en San Diego era que tenía una base de la Marina y que sus teatros eran muy baratos. Un verdadero paraíso para un adolescente"). Sentado a su lado en el coche te das cuenta de que sólo te queda escuchar y observar la deslumbrante –pero no por eso menos natural– erudición de un hombre que parece guardar en su cabeza todos los detalles de cualquier asunto.

Su modesta casa está situada cerca de uno de los barrios más pobres de San Diego, al que hacemos una visita rápida mientras discutimos sobre los graffiti locales echados a perder. Su pequeño estudio, en el que coloco mis grabadoras, está dominado por una casita de plástico gigantesca de colores chillones que utilizan sus mellizos de dos años de edad, James y Cassandra (o Casey). Entrevistarle en su casa implica verse rodeado de la historia revolucionaria del mundo. No hay pared, rincón o grieta, tampoco en el cuarto de baño, que no estén adornados con un póster revolucionario. ("Camarada. ¡Trabaja y lucha por la Revolución!" [en castellano en el original, N. del t.] A tu alrededor te encuentras con unos pies que tratan de aplastar a los plutócratas rusos, o con unas manos enormes que quieren hacer pedazos a la clase explotadora alemana en 1919, al tiempo que te conminan al sufragio: "¡Vota Espartakus!".

Mike Davis, cuyo primer libro sobre Los Ángeles, “Ciudad de cuarzo”, se convirtió en un superventas y le colocó en el mapa como uno de los académicos urbanos más innovadores del país, ha escrito sobre casi todo, desde la destrucción literaria de Los Ángeles hasta los holocaustos tardovictorianos del siglo XIX, pasando por el grave peligro potencial de la epidemia de gripe aviar del momento. Más recientemente, su incansable cerebro se ha dedicado a investigar sobre la ciudad global en un nuevo libro, Planeta de ciudades miseria, en el que llega a conclusiones tan sobrecogedoras que constituyen un motivo suficiente para servir de base a nuestra conversación.

Improvisamos un pequeño espacio en el estudio, con mis grabadoras entre de los dos, y empezamos. Davis representa algo de la vieja, y ya casi extinguida, tradición autodidacta de Estados Unidos. En un mundo tribal, sin lugar a dudas él habría sido el contador de historias del grupo. A mitad de nuestra entrevista, que a trechos se convierte en un fascinante monólogo, nos interrumpen repentinamente unos lloros infantiles que se escuchan en algún lugar de la casa. Casey se ha despertado de mal humor de su siestecita. Davis se excusa rápidamente, e instantes después regresa con una niña de pelo negro azabache vestida de color rosa que, a horcajadas sobre sus hombros, ensaya un lloriqueo sordo. Poco a poco, con la ayuda de su padre, la niña se consuela, se sienta y empieza a parlotear, desde luego con menos locuacidad y claridad expositiva que su padre. Tan pronto se acomoda en la holgada casita de plástico, nos obliga a participar en el juego del "lobo malo malísimo". Cuando, trascurridos unos veinte minutos, empieza a jugar por su cuenta, Davis se dirige a mí y, antes de que le de pie a reanudar la entrevista (yo apenas estaba comprobando qué era lo último que había dicho), retoma la frase exactamente en el punto donde la había dejado y continúa como si nada hubiera ocurrido.

Tomdispatch: Estoy muy interesado en que cuentes cómo llegaste a ocuparte del asunto de las ciudades

Mike Davis: Llegué a ocuparme del tema de la ciudad de la forma más localista que pueda imaginarse, tratando de analizar la ciudad de Los Ángeles. Fui a parar a Los Ángeles puesto que, habiendo sido un izquierdista de nuevo cuño de los años sesenta y habiendo dedicado una cantidad enorme de tiempo al estudio del marxismo, pensaba que la teoría social radical podría explicarlo todo. Pero me di cuenta de que la prueba de fuego consistía en comprender Los Ángeles.

Quizás no debería decirlo, pero casi todo lo que he escrito sobre otras ciudades es deudor, al menos en parte, del proyecto sobre Los Ángeles. Por ejemplo, la investigación sobre la tendencia hacia la militarización del espacio urbano y hacia la destrucción del espacio público en Los Ángeles me ha llevado a explorar los patrones globales de este fenómeno. Asimismo, el interés por los suburbios de Los Ángeles me ha llevado a indagar sobre el destino que aguarda a los viejos suburbios de todo el país y a observar con atención las formas políticas emergentes de las ciudades fronterizas. De modo que a partir de esa exploración localista basada en Los Ángeles, que en el proyecto original incluía un reducido mosaico de 450 casos individuales, ha ido emergiendo la realidad de todo el mundo.

Podría explicarlo del siguiente modo. En la década de 1950, cuando a las oficinas públicas de servicios sociales les preocupaba que los veteranos de guerra que se estaban instalando en los suburbios no tuvieron un sentido de arraigo, se realizó un estudio de gran alcance sobre cuántos mundos de vida efectivamente existían en el Gran Los Ángeles, y se llegó a la conclusión de que la gente vivía en unas 350 comunidades (pequeñas ciudades, barrios, suburbios). Puede que hoy existan unas 500. La idea que andaba por detrás de mi trabajo era que cada una de esas piezas que constituían lo que llamamos Los Ángeles tenía una historia completamente local y absolutamente descentralizada que contar sobre sí misma, pero que al mismo tiempo reflejaba algunos aspectos importantes del conjunto. Creo que desde un punto de vista literario podría pasarme varias vidas contando una historia que, a partir de cada uno de esos lugares, hablara de Los Ángeles. De modo que ésta era mi metodología. Supongo que en el proceso acabé incorporando la condición de urbanista simplemente porque la gente empezó a calificarme así. En realidad nunca me he considerado historiador, sociólogo, economista político, ni teórico urbano.

TE.- ¿Pero te defines a ti mismo de algún modo?

MD.- Como tantos otros supervivientes de la Nueva Izquierda, me considero un activista, ya sea montando estructuras de poder, ya realizando análisis políticos. Casi todo sobre lo que he escrito o pensado tiene una relación casi enfermiza con lo que en cada momento me parece que es lo debido desde un punto de vista estratégico o táctico (como si aún tuviera que rendir cuentas al Consejo Nacional del SDS [el Students for Democratic Society, movimiento estudiantil fundado en 1959 que formó parte de la Nueva Izquierda, N. del t.] o a la oficina de Chicago del sindicato IWW [Industrial Workers of the World]).

Y todo esto forma parte del rompecabezas estratégico del que me ocupé en Ciudad de cuarzo. Los Ángeles se encontraba en un momento muy crítico de su historia. La globalización había reorganizado por completo su economía, remodelándola de arriba abajo, y mucha gente se había quedado en la cuneta. Pero la ciudad tenía –y aún tiene– esa cualidad proteica de ser capaz de las mejores cosas, de una política progresista, de un activismo sorprendente. Al mismo tiempo, quería escribir un libro que fuera también útil para la nueva generación de activistas y que enseñara una nueva forma de mirar un lugar como Los Ángeles, cuya fantasía identitaria había quedado materialmente incorporada en su estructura. Es una ciudad que vive sus imágenes.

TE.- Y fue entonces cuando ocurrieron las revueltas de 1992...

MD.- … y yo traté de verlas como una consecuencia directa del proceso de globalización. Algunos ganaban, otros perdían. También ocurrió que en la zona Sur del núcleo central de Los Ángeles la globalización estaba encarnada en la industria farmacéutica transnacional. Aquella fue la única modalidad de globalización que realmente invirtió dinero en esas calles. El libro que debía seguir después de Ciudad de cuarzo era uno sobre la historia de Rodney King, que contaba la vida de un barrio desde un punto de vista interno, acaso lo única estrategia narrativa que podía dar cuenta de la complejidad de los acontecimientos ocurridos. Casi por accidente, tuve acceso a algunos de los protagonistas claves del evento. Por ejemplo, conocía a la madre del tipo que fue encarcelado por haber estado a punto de asesinar al transportista. Además, yo tenía amigos en la familia de Dewayne Holmes, el principal promotor de la tregua de la banda de Watts.

Tenía la esperanza de poder ensamblar esas historias con los relatos vecinales para conseguir explicar el surgimiento de algo que al mismo tiempo era una justificable explosión de ira contra la policía, un motín por el pan con formas posmodernas y un pogromo contra las tiendas regentadas por asiáticos. Pero mi proyecto encontró escollos insalvables en dos frentes. En primer lugar, nunca podría encontrar una justificación moral suficientemente buena para saquear las vidas de la gente simplemente para fines narrativos, ni tampoco me veía capaz de cargar sobre mis hombros con el derecho a contar sus historias. Al mismo tiempo, el proyecto tenía tintes emocionales demasiado horrendos. Sólo serviría para añadir a las vidas de mis amigos y conocidos muchas más penurias y dolor, además de cantidades ingentes de tristeza y frustración. La perspectiva de vivir esta experiencia con ellos –en esa época ejercía diversos oficios, a lo que se añadía la circunstancia de criar en solitario a un adolescente– me llevó a tomar la decisión de que eso no era lo que yo podría hacer. Estaba convencido de tener en mi cabeza un libro de una factura extraordinaria, pero no tenía ni la claridad de ideas, ni la energía emocional suficientes para escribirlo.

Afortunadamente, tuve la idea de incluir en el proyecto los desastres naturales. Y fue así como el libro sobre las revueltas se metamorfoseó en un libro sobre la Ecología del miedo, un estudio sobre el fetichismo del desastre en el Sur de California donde lo natural suele verse en términos sociales (con los coyotes y leones de montaña al mismo nivel que las bandas callejeras), mientras que los problemas sociales (como las bandas callejeras) son vistos como fenómenos naturales ("una juventud fiera y salvaje"). Ecología del miedo trataba de la incapacidad de la civilización anglo-americana para comprender el metabolismo del mundo mediterráneo en el que vive (un error de comprensión de lo que constituye hoy la verdadera esencia del Sur de California).

En resumen, me refugié en la ciencia y opté por recorrer el camino que va de la microescala de las biografías particulares hasta la macroescala de las placas tectónicas y de El Niño. La ciencia constituyó mi primera pasión, y acabé dedicando más tiempo a escribir aquel libro en la biblioteca de geología del Cal Tech [Instituto de Tecnología de California] que en los salones de la gente que conocía en las zonas Central y Sur de Los Ángeles.

TE.- Si saltamos 15 años hasta llegar a tu nuevo libro, Planeta de ciudades miseria, con todo su acervo urbano. ¿Podríamos pensar que en este momento sigues alguna consigna de algún comité central? ¿Nos podrías introducir en el tema de la creciente conversión del planeta en conurbaciones pobres y degradadas?

MD.- Increíblemente, ni la teoría social clásica, ya pensemos en Marx o en Weber, ni la teoría de la modernización de la época de la Guerra Fría, fueron capaces de anticipar lo que ha ocurrido en la ciudad durante los últimos 30 o 40 años. Ninguna anticipó la aparición de una amplia clase, mayoritariamente constituida por jóvenes, que vive en las ciudades, que no tiene una conexión formal con la economía del mundo, y que no tiene ni siquiera la posibilidad de consumar esa conexión. Esa clase trabajadora informal no es el Lumpenproletariat, el proletariado en harapos, de Kart Marx, y tampoco pertenece a los "barrios pobres con esperanza", como se creyó hace 20 o 30 años, formados por personas que potencialmente podrían llegar a formar parte de la economía formal. Abandonados en las periferias de las ciudades, habitualmente sin estar demasiado en contacto con la cultura tradicional de esas ciudades, esta clase trabajadora informal global está creciendo a una velocidad sin precedentes, sin que nada de eso haya sido previsto por la teoría.

TE.- Danos algunas cifras sobre el proceso de expansión masiva de las barriadas pobres en todo el planeta.

MD.- Solamente en los últimos años hemos sido capaces de advertir el proceso de urbanización a escala global. Anteriormente, los datos eran poco fiables, pero Naciones Unidas Habitat ha realizado esfuerzos heroicos utilizando nuevas bases de datos, encuestas sobre vivienda y estudios de casos concretos, a fin de fijar una base de partida fiable para la posterior discusión sobre el futuro urbano. El informe que publicó hace tres años, El reto de las ciudades miseria, tiene una connotación de acta fundacional de un nuevo gran camino de exploración de la pobreza urbana que los asemeja a lo que en el siglo XIX representaron los trabajos de Engels, Mayhew o Charles Booth (o de Jacob Riis, en los Estados Unidos).

Una estimación conservadora arroja la cifra de mil millones de personas que viven hoy en barriadas pobres y de más de mil millones de personas reducidas a la condición de trabajadores informales que luchan simplemente por sobrevivir. Van desde los vendedores callejeros hasta los trabajadores contratados por horas, pasando por las cuidadoras de niños, las prostitutas o quienes venden sus órganos para transplantes. Esas cifras son asombrosas, y lo serán más cuando nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos sean testigos de la explosión final de la población humana. Alrededor de 2050 o 2060 la población humana alcanzará su crecimiento máximo, que probablemente estará entre 10.000 y 10.500 millones de personas. No llegará a alcanzar los niveles de algunas de las anteriores predicciones más apocalípticas, pero alrededor de un 95% de este crecimiento se producirá en las ciudades del Sur.

TE.- Básicamente, en las conurbaciones pobres…

MD.- El crecimiento futuro de la humanidad será en las ciudades, de forma abrumadora en las ciudades pobres, y mayoritariamente en las barriadas degradadas.

La urbanización clásica vía el modelo Manchester/Chicago/Berlín/Petersburgo aún constituye el patrón que siguen China y algunos otros lugares. Cabe destacar, sea dicho de paso, que la revolución industrial urbana que acontece en China hace inviable que se repitan casos similares en otros sitios. China absorbe toda la capacidad de producción de bienes que requieren energía eléctrica (y cada vez más, bienes de cualquier otro tipo). Pero en China y en algunas otras economías adyacentes aún puede verse que el crecimiento urbano va acompasado con el motor de la industria. En cualquier otro lugar, lo que se está generando es crecimiento urbano sin industrialización; y aún más chocante: a menudo hay aumento de población, sin que haya crecimiento económico de ningún tipo. Lo que ha ocurrido en los últimos veinte años de historia es que las grandes ciudades industriales del Sur (Johannesburgo, Sao Paulo, Mumbai, Belo Horizonte, Buenos Aires) han sufrido una desindustrialización masiva, con descensos bruscos en las tasas de empleo del 20-40%.

La mayor parte de las mega-barriadas pobres de la actualidad aparecieron en las décadas de 1970 y 1980. Antes de 1960 la pregunta era: ¿por qué las ciudades del Tercer Mundo crecen tan lentamente? En realidad, en esos momentos había escollos institucionales insalvables para una urbanización rápida. Los imperios coloniales aún restringían la entrada a las ciudades, mientras que en China y en otros países de filiación estalinista un sistema interno de pasaportes controlaba los derechos sociales, y por ende, la migración doméstica. El gran boom urbano empezó en la década de 1960, fruto de la descolonización. Pero entonces los estados nacionalistas revolucionarios defendían que el Estado debía jugar un papel integral en la provisión de vivienda e infraestructuras. En la década de 1970, el Estado empieza a replegarse, y en la de 1980, en la etapa del ajuste estructural, se inicia una década de abierta retirada del Estado en América Latina, y en mayor medida aún, en África. Para entonces, las ciudades subsaharianas ya están creciendo a una velocidad mayor que las ciudades industriales de la época victoriana en sus momentos de mayor eclosión; pero al mismo tiempo que crecían, empezaban a perder puestos de trabajo.

¿Cómo podrán las ciudades mantener el crecimiento demográfico sin que haya crecimiento económico (en el sentido en el que lo entienden los manuales de economía)? O, por decirlo de otro modo, ¿por qué, ante estas contradicciones, no han explotado ya las ciudades del Tercer Mundo? Bueno, en cierto modo sí han estallado. A finales de los ochenta y principios de los noventa se produjeron grandes algaradas contra la deuda y protestas contra el Fondo Monetario Internacional en todo el planeta.

TE.- ¿Eran parte de eso las revueltas de 1992 en Los Ángeles?

MD.- Puesto que Los Ángeles aúna rasgos propios de una ciudad del Tercer Mundo y del Primer Mundo, se adecua al patrón global de malestar social. Algo que era completamente invisible para los políticos y líderes de Los Ángeles, pero que era obvio para cualquiera que conociera lo que ocurría en la calle, era el gran impacto que había tenido la recesión más grave desde 1938 en el Sur de California. Era evidente que el mayor daño no se lo había llevado la industria aeroespacial (sobre lo que se habían escrito ríos de tinta), sino los barrios de la ciudad habitados por pobres e inmigrantes. Durante el año en que viví en el centro de la ciudad, una ladera ocupada por un puñado de personas sin techo, hombres negros de mediana edad, pasó a estar ocupada por entre 100 y 150 jóvenes de procedencia latina. Esa gente, seis meses antes, tenían todavía trabajo, contratados por horas o como lavaplatos.

Si el detonante fue la atrocidad que se cometió contra Rodney King y los agravios acumulados por la juventud negra en una comunidad en la que el empleo global significa crack, eso se convirtió en algo más complejo y de mayor escala por los saqueos generalizados en barrios latinos donde la gente pasaba hambre y vivía bordeando la condición de los sin techo.

TE.- ¿Cómo interpretan globalmente los políticos y los líderes lo que está ocurriendo en las ciudades?

MD.- En la década de 1980, el Banco Mundial, economistas del desarrollo y grandes ONG descubrieron que, a pesar de la renuncia casi completa del Estado a participar en la planificación y dotación de vivienda para los pobladores urbanos pobres, la gente seguía luchando por encontrar cobijo, por realizar ocupaciones ilegales y por sobrevivir. De esa realidad surgió la noción de la bondad de la urbanización autónoma. Denle a la gente medios, y ellos mismos construirán sus casas y organizarán sus barrios. En parte, se trataba de un encumbramiento plenamente justificado del urbanismo de los de a pie. Pero en manos del Banco Mundial se trocó en un nuevo paradigma: el Estado es cosa del pasado, que nadie se preocupe por él; la gente pobre puede improvisar la ciudad. Sólo necesitan micro-créditos…

TE.- …en realidad, micro-créditos con altos intereses.

MD.- Así es. Y entonces, milagrosamente, la gente pobre crearía sus propios universos urbanos, sus propios empleos.

Planeta de ciudades miseria sigue deliberadamente el camino iniciado por el informe de Naciones Unidas El reto de las ciudades miseria, el cual nos alertaba de que la crisis global de desempleo urbano entrañaba el mismo tipo de amenaza para nuestro futuro colectivo que el cambio climático. La verdad es que este viaje virtual a las ciudades de los pobres es un intento de sintetizar una amplia literatura especializada en pobreza urbana y poblamiento informal. En el libro extraigo dos grandes conclusiones.

La primera es ya no hay nuevas tierras disponibles para ser ocupadas. En algunos lugares, eso ocurrió hace ya mucho tiempo. El único modo que hay de construirse una chabola en tierra no ocupada es ocupando algún lugar tan peligroso como para que no pueda llegar a tener nunca valor de mercado. Si ahora nos alejáramos unas millas hacia el Sur y cruzáramos la frontera hacia Tijuana, rápidamente te darías cuenta de que las tierras en las que había verdaderos barrios surgidos de ocupaciones ilegales ahora pueden comprarse y venderse, y a veces incluso se subdividen para sacar más provecho de las mismas. La gente pobre de solemnidad de Tijuana que acampa al modo tradicional, sólo puede hacerlo en los barrancos y en los cauces de los riachuelos, y es muy probable que sus casas no logren mantenerse en pie más allá de un par de años. Eso es lo que ocurre en todo el Tercer Mundo.

La ocupación de tierras se ha privatizado. En América Latina se le llama "urbanización pirata". Allí donde veinte años atrás la gente ocupó tierras baldías, resistió órdenes de desahucio e incluso llegó a tener el reconocimiento legal por parte del Estado, ahora se pagan precios muy altos por pequeñas parcelas de tierra o, si no pueden permitírselo, se alquilan a otra gente pobre. En la mayoría de barriadas pobres, la mayor parte de los pobladores no son ocupantes ilegales, sino inquilinos. En el barrio de Soweto (Johannesburgo, Sudáfrica), podía verse como la gente llenaba sus patios traseros de chabolas para alquilarlas. La principal estrategia de supervivencia para millones de pobladores urbanos pobres que llevan suficiente tiempo en la ciudad como para poseer algún pedazo de tierra consiste en subdividir esas parcelas y alquilarlas a terceros, convirtiéndose así en terratenientes con algún poder sobre otras personas aún más pobres. Pero la válvula de escape, esta frontera de la tierra urbana libre que a veces se ha romantizado demasiado, ha tocado a su fin.

La otra conclusión importante tiene que ver con la economía informal. Entiendo por tal la capacidad de la gente pobre para improvisar formas de ganarse la vida mediante actividades económicas no registradas oficialmente, como la venta callejera, el trabajo por horas, el servicio doméstico, o incluso los delitos por cuestión de pura subsistencia. La economía informal se ha romantizado más, si cabe, que la ocupación ilegal, con grandes alharacas sobre la capacidad de los micro-emprendimientos para sacar a la gente de la pobreza. Pero los datos de los casos estudiados en todo el mundo indican que eso ha llevado a que aún haya más gente concentrada en un pequeño número de nichos de supervivencia: demasiados cochecitos tirados por personas, demasiados vendedores callejeros, demasiadas mujeres africanas que convierten sus chabolas en improvisadas tiendas para vender licores, demasiada gente que lava ropa, demasiada gente haciendo cola en los lugares donde se ofrece algún trabajo.

TE.- En cierto sentido, ¿estás diciendo que el antiguo Tercer Mundo se ha convertido en el Tricentésimo Mundo?

MD.- Lo que digo es que los dos mecanismos básicos que tenían los pobres para acomodarse en ciudades en las que ya hace mucho tiempo que el Estado ha dejado de invertir han llegado al límite de sus posibilidades, precisamente cuando somos conscientes de que ha habido dos generaciones consecutivas de rápido crecimiento de las ciudades pobres. La siniestra pero evidente pregunta que hay que hacerse es: ¿qué hay más allá de esta frontera?

TE.- Esta idea la resumes en la siguiente cita de “Planeta de ciudades miseria”: "Con una gran valla protegida con sistemas de alta tecnología bloqueando la migración a gran escala hacia los países ricos, sólo las barriadas pobres siguen siendo una solución factible al problema del almacenamiento de la humanidad excedente de este siglo".

MD.- Las dos ciudades pobres más importantes del siglo XIX en Europa que responden a este patrón fueron Dublín y Nápoles, pero nadie las concebía como el futuro esperable. La razón por la que no hubo más Dublines y Nápoles fue, por encima de cualquier otra consideración, la existencia de la válvula de escape de la emigración atlántica. Hoy, la mayor parte del Sur tiene limitada en la práctica su capacidad de migración. Históricamente, no hay precedentes, por ejemplo, del tipo de fronteras que se han construido en Australia y en Europa occidental, fronteras deliberadamente diseñadas para excluir de una forma absoluta, con la excepción de un limitado flujo de trabajadores técnicamente capacitados. Históricamente, la frontera de Estados Unidos con México ha sido otra cosa. Actúa de presa que regula el suministro de fuerza de trabajo, sin cerrar nunca por completo el flujo. Pero, más en general, la gente que hoy vive en países pobres no tiene las oportunidades que en el pasado tuvieron los europeos pobres.

Fuerzas inexorables están expulsando a la gente de su medio natural y esta población, convertida en excedente por la globalización económica se amontona en las conurbaciones pobres, en las que ni hay naturaleza, ni propiamente tampoco ciudad, razón por la cual tienen hoy los teóricos urbanos tantas dificultades para catalogarlas.

En los Estados Unidos llamaríamos a esas áreas exurbia pero aquí las exurbes son un fenómeno algo distinto. Si observas las ciudades estadounidenses, lo más sorprendente es el asentimiento exurbano: personas que antes viajaban para ir al trabajo desde el campo hasta los confines de las ciudades, ahora viven en McMansion's o incluso en terrenos aún más amplios con más vehículos todoterreno estacionados frente a sus casas que antes. Consiguen que el suburbio tradicional de los años 50 de Lewittown, con sus casas hechas de materiales baratos y sus pequeños habitáculos, parezca medioambientalmente eficiente. En otras palabras, cuanto más se desplaza la gente de la clase media, tanto más aumenta la huella que dejan el medio ambiente.

La otra cara de este asunto es la de la gente más pobre que vive apiñada en los lugares más peligrosos de las laderas montañosas, cerca de vertederos tóxicos, viviendo en llanuras inundables, año tras año a la cabeza del número de víctimas causadas por desastres naturales (algo que tiene más que ver con los esfuerzos desmedidos que la gente pobre tiene que hacer, que con supuestos cambios naturales). En las ciudades más grandes del Tercer Mundo siempre te encuentras un área en la que algunas de las personas más ricas viven en comunidades protegidas fuera de los suburbios, pero lo que sobre todo te encuentras es a dos tercios de los pobladores de barriadas pobres del mundo apilados en una especie de tierra de nadie urbana.

TE.- A esto lo has llamado "nivel cero existencial".

MD.- Así es, porque se trata de urbanización sin urbanidad. Un ejemplo de esto es el del grupo islamista radical que atacó Casablanca hace unos años, formado por unos 15 o 20 chicos pobres que habían crecido en la ciudad, pero que nunca se habían sentido parte de la misma. Habían nacido en los límites, no en barrios de clase trabajadora y pobre tradicional que dan apoyo a un movimiento islamista no nihilista, ni tampoco eran personas que provinieran del campo y nunca hubieran logrado integrarse en la ciudad. En sus mundos de barriadas pobres, la única clase de sociedad o de orden lo proporcionan las mezquitas o las organizaciones islamistas.

Hay versiones de los hechos que cuentan que algunos de los chicos que realizaron el ataque no habían estado nunca en el centro de la ciudad, y esto, en mi opinión, se convierte en una metáfora de lo que está ocurriendo en todo el mundo: existe toda una generación que ha vivido confinada en vertederos, y no sólo en las conurbaciones más pobres y asilvestradas.

Tomemos Hyderabad, el escaparate de la alta tecnología de la India, una ciudad de 60.000 trabajadores del sector de la informática e ingenieros, con un estilo de vida que imita al del Valle de Santa Clara, en California, y en donde se puede acudir a una cadena Starbucks. Bien, pues hay que decir que Hyderabad está rodeada de inacabables barriadas pobres pobladas por varios millones de personas. Hay más recolectores de basura que ingenieros de software. Algunos de esos pobladores urbanos inexorablemente destinados a seleccionar los detritos de la economía de alta tecnología han sido expulsados de las barriadas pobres más cercanas al centro, a fin de liberar espacio para los parques de investigación de la nueva clase media.

 

TE.- Tengo la impresión de que, en Bagdad, Bush está tratando de crear una extraña versión del mundo urbano que describes en Planeta de las ciudades miseria. Allí podemos ver una zona franca imperial rodeada de vallas en el centro de la ciudad con su correspondiente Starbucks y, fuera de allí, el resto de la capital en vías de desintegración y la enorme barriada pobre de Sadr City. El único intercambio que hay entre ambas zonas son los helicópteros armados con misiles en una dirección y los coches bomba en la dirección contraria.

MD.- Exactamente. Bagdad se ha convertido en el paradigma de la quiebra del espacio público, e incluso de la desaparición del espacio en el que conviven los extremos. Los barrios en los que convivían integrados suníes y chiítas han sido rápidamente desbaratados, no sólo por la acción estadounidense actual, sino también por el terror sectario.

Sadr City, en su momento llamada Ciudad de Saddam, situada en el cuadrante oriental de Bagdad, ha crecido hasta alcanzar proporciones grotescas (dos millones de personas pobres, mayoritariamente chiítas). Y sigue creciendo, como lo hacen también las barriadas pobres de los suníes, en esta ocasión sin que Saddam tenga nada que ver, sino por la desastrosa gestión estadounidense de la agricultura iraquí, en la que no se ha invertido dinero alguno de los programas de reconstrucción. Granjas enormes se han convertido en desiertos, mientras que todos los esfuerzos se han concentrado, sin demasiado éxito, en la reconstrucción del sector petrolífero. Debería ser esencial preservar cierto equilibrio entre el campo y la ciudad, pero las políticas de los norteamericanos no han hecho más que acelerar el abandono de las tierras.

Naturalmente, las zonas francas constituyen comunidades protegidas, la ciudadela dentro de la gran fortaleza. Este es un fenómeno emergente en todo el mundo. En mi libro contrapongo este hecho al del crecimiento de las barriadas pobres periféricas. Puede observarse una clase media preocupada por conservar su cultura tradicional en la zona central de la ciudad y configurar un mundo en el que se desarrolle una forma de vida supuestamente californiana. Algunas de esas áreas disponen de tantos dispositivos de seguridad, que se han convertido en verdaderas fortalezas. Otras son suburbios de un estilo más típicamente americano, pero todas se organizan con la mira puesta en unos Estados Unidos de ensueño, y muy particularmente basadas en la fantasía de una California universalmente difundida por televisión.

De modo que los nuevos ricos de Pequín pueden desplazarse del trabajo a su casa por autopista hasta llegar a áreas protegidas que tienen nombres como Orange County y Beverly Hills (también hay un Beverly Hills en El Cairo, así como un barrio entero diseñado según la estética de Walt Disney). En Yakarta ocurre lo mismo: zonas en las que la gente vive en unos Estados Unidos imaginarios. Proliferan como síntoma del desarraigo de la nueva clase media urbana en todo el mundo. En el mismo proceso se observa la obsesión creciente por poseer cosas que pueden verse por televisión. De modo que te encuentras con arquitectos del Orange County real diseñando un "Orange County" en las afueras de Pequín. Existe un mimetismo tremendo con todas las cosas que la clase media ve por televisión o en las películas.

TE.- Para referirnos a otro proyecto urbano de Bush, algo parecido está ocurriendo en Nueva Orleáns, ¿no te parece?

MD.- Sin duda. Lamentablemente, la mayor parte de la clase alta blanca de Nueva Orleáns preferiría vivir en una versión de parque temático del Nueva Orleáns histórico, antes que hacer frente a la tarea real de reconstruir la ciudad o de convivir con la mayoría afroamericana. Las expectativas de la gente de vivir de una forma auténtica hace ya mucho que han perdido la referencia de la realidad. En Ecología del miedo mostré cómo los Estudios Universal habían reunido todos los símbolos de Los Ángeles, habían realizado copias en miniatura de los mismos y los habían colocado en un lugar protegido llamado City Walk. De modo que cuando vas a la ciudad, visitas esa réplica (un equivalente de Las Vegas), en vez de acudir a la ciudad de verdad. Visitas el parque temático de la ciudad, que básicamente es un supermercado. Si vas al casino, ya has vivido la experiencia completa. Mientras tanto, los pobres tienen cada vez más vedado el acceso a la cultura y al espacio público de la ciudad, en tanto que los ricos voluntariamente abdican de ambos para convertir la arena de la ciudad en un espacio universal genérico que tiene rasgos idénticos en todos los países. La base común simplemente desaparece.

Pero aún existen diferencias enormes entre culturas y continentes. En América Latina lo más terrible es el grado de polarización política que se alcanza, la ferocidad con la que la clase media se resiste a las demandas de los pobres. Chávez ha tenido que importar médicos cubanos porque sólo un puñado de galenos venezolanos estaban dispuestos a trabajar en los barrios pobres. Oriente Medio es muy distinto. En El Cairo, por ejemplo, en donde el Estado ha dejado de prestar servicios, o es demasiado corrupto como para prestar incluso los más esenciales, las necesidades son atendidas por profesionales islamistas. La Hermandad Musulmana ha substituido a los colegios de médicos y de ingenieros. A diferencia de la clase media de América Latina, que sólo se moviliza para preservar sus privilegios, se organizan para proporcionar servicios a los pobres, constituyendo una sociedad civil paralela. En parte está la obligación coránica de pagar un diezmo, pero significa algo que tiene importantes efectos sobre la vida de la ciudad.

TE.- Me gustaría dar un breve rodeo. El libro anterior a Planeta de ciudades miseria fue El Monstruo llama a nuestra puerta [trad, castellana M.J.Bertomeu, Ed. Viejo Topo, Barcelona, 2006], sobre la gripe aviar, y creo que, por lo que hemos hablado, está muy conectado con Planeta de ciudades miseria, porque también habla de un proceso de empobrecimiento y degradación planetario, el de la agricultura.

MD.- Estamos asistiendo a la recreación de un mundo dickensiano de la pobreza de la era victoriana, pero a una escala que habría asombrado a los propios victorianos. De modo que, naturalmente, te preguntas si no estará regresando la preocupación que asaltaba a las clases medias victorianas por las enfermedades de los pobres. Su primera reacción ante una epidemia era irse a Hampstead, abandonar la ciudad, tratar de alejarse lo más posible de los pobres. Sólo cuando estaba claro que el cólera había cruzado los umbrales de las barriadas pobres y había llegado a alguna de las áreas habitadas por la clase media, se empezaba a realizar alguna acción sanitaria y se disponía algún tipo de infraestructura de salud pública. La fantasía actual, como en el siglo XIX, es que de algún modo podremos separarnos de los pobres, podremos erigir vallas a nuestro alrededor, o escapar hacia algún lugar donde no haya pobres. Creo que son pocos los que se dan cuenta de las inmensas, literalmente explosivas concentraciones existentes, que pueden propiciar la difusión de enfermedades.

Hace más de veinte años, científicos muy destacados en el campo de las enfermedades infecciosas advirtieron en una serie de trabajos sobre los peligros de reaparición de determinadas enfermedades. La globalización, sugerían, estaba causando una inestabilidad ambiental y un cambio ecológico a escala planetaria, amenazando así el equilibrio entre los humanos y sus microbios de un modo que podía dar origen a nuevas plagas. Al mismo tiempo, alertaban del fracaso en crear sistemas de rastreo de enfermedades e infraestructuras sanitarias de una dimensión acorde con las medidas de la globalización.

En mi libro revisé la relación existente entre las barriadas pobres, ubicuas en todo el planeta y siempre asociadas con desastres sanitarios, y las condiciones clásicas que favorecen la difusión de una enfermedad entre las poblaciones humanas. Por otro lado, me centré en cómo la transformación de los medios de vida estaba propiciando la aparición de nuevas condiciones para el surgimiento de enfermedades entre los animales y la subsiguiente transmisión de éstas a los humanos.

La gripe es un paradigma muy importante de la enfermedad infecciosa. Su reserva primigenia se encuentra en el singular sistema productivo de la agricultura de la China meridional, en la que se produce una íntima relación ecológica entre pájaros salvajes, pájaros domésticos, cerdos y humanos. En el caso de la gripe aviar, en el mundo actual se han creado las condiciones óptimas para su difusión; además, el crecimiento de las conurbaciones pobres ha provocado un aumento de la demanda de proteínas en las dietas de la gente, y esta demanda no puede ser satisfecha por los medios de producción tradicionales de proteínas; esto se resuelve por la vía de la producción industrial de alimentos.

Todo eso significa una urbanización de la producción de los medios de subsistencia elementales. En vez de tener 15 o 20 gallinas en algún patio y un par de cerdos en la granja, de lo que estamos hablando en lugares como los alrededores de Bangkok es de un auténtico cinturón de habitáculos aviares, algo parecido a lo que podríamos encontrar en Arkansas o en la zona noroeste de Georgia (millones de gallinas hacinadas en granjas de producción). Una densidad de aves como ésta jamás ha existido en la naturaleza y, según los epidemiólogos con los que hablé, es muy probable que esto favorezca la evolución acelerada de las enfermedades, pudiendo alcanzar una virulencia extrema.

Al mismo tiempo, los humedales de todo el mundo se han degradado y las aguas se han desviado hacia otros lados, muchas veces para uso de la agricultura de riego, provocando así un desplazamiento de aves migratorias salvajes hacia los campos, arrozales y granjas. Toda esta revolución en los sistemas productivos de los alimentos básicos, particularmente la demanda creciente de carne de pollo –actualmente la segunda fuente de proteínas del planeta–, el crecimiento de las barriadas pobres, la degradación de los humedales, todo ha ocurrido a una gran velocidad entre los últimos diez o quince años; y de todas estas cosas estábamos advertidos por una generación entera de expertos en enfermedades infecciosas. Se trata de un desorden ecológico muy radical que ha cambiado la ecología de la gripe y las condiciones bajo las cuales las enfermedades animales pueden ser transmitidas a los humanos. También ha ocurrido en un momento en que la sanidad pública en gran parte del Tercer Mundo urbano se ha degradado. Una de las consecuencias del ajuste estructural de la década de 1980 fue que forzó a médicos, enfermeras y empleados del sistema público a emigrar, abandonando Kenia o Filipinas, pongamos por caso, para recalar en Gran Bretaña o Italia.

Se trata de una fórmula infalible para lograr el desastre ecológico, y la gripe aviar es la segunda pandemia de la globalización. Hoy parece bastante claro que el VIH del SIDA surgió, al menos en parte, del comercio de carne de caza, puesto que los africanos occidentales se vieron forzados a regresar a la carne silvestre cuando las fábricas europeas empezaron a envasar al vacío las capturas de pescado del Golfo de Guinea, la principal fuente tradicional de proteínas de las dietas urbanas. También existe la hipótesis, corroborada por un buen número de evidencias circunstanciales, de que el VIH probablemente alcanzó su masa crítica en Kinshasa (Congo), una gran ciudad que es el ejemplo actual más palmario de lo que acaba ocurriendo cuando el Estado se hunde o se retira de la prestación de servicios públicos.

De modo que aparecen el VIH, la gripe aviar, la SARS (otra enfermedad surgida del comercio de carne de caza, en esta ocasión en ciudades del sur de China, que se difundió por el mundo a una velocidad terrorífica). Éste es el futuro de las enfermedades…

TE.- …y de la proliferación de barriadas pobres y degradadas.

MD.- Si, enfermedad en un mundo de ciudades miseria. Dada la combinación existente de barriadas pobres globales y cambios a gran escala en la ecología de los humanos y de los animales, algo como la extensión de la gripe aviar a toda la humanidad es casi inevitable. Sin embargo, más preocupante aún que la mera amenaza de la gripe aviar es la reacción contra la misma: una provisión inmediata de vacunas y antivirales, una atención exclusiva a la protección de la salud de las poblaciones en un puñado de países ricos, los cuales además monopolizan la producción de esa clase de fármacos. En otras palabras, el abandono consciente de los pobres. Si la gripe aviar no llega este año, sino dentro de cinco, habrá una diferencia en el nivel de protección en los Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña. Los pobres, en cambio, estarán donde están, particularmente en el caso de los africanos, que tienen el riesgo añadido del holocausto que está produciendo el VIH, facilitando que la población sea más propensa a contraer nuevas infecciones.

TE.- De modo que éste es uno de los posibles metabolismos entre la ciudad imperial y la ciudad de barriadas pobres. El otro posible metabolismo tiene que ver con la violencia, con nuestras guerras contra el terror, contra las drogas, y contra lo que fuere. Con eso quiero referirme a que si primero se piensa en Vietnam y luego se observa qué ha ocurrido en Irak, uno cae en la cuenta de que hoy la jungla de la guerra moderna está en las barriadas pobres.

MD.- Sin pretender minimizar las contradicciones sociales explosivas que aún subyacen en las zonas rurales, está claro que la futura guerrilla, la insurrección contra el sistema mundial, se ha desplazado a la ciudad. Nadie ha entendido esto con mayor claridad que el Pentágono, y nadie ha lidiado con la misma intensidad con las consecuencias empíricas de esta situación. Sus estrategas están a años luz en la comprensión del fenómeno del mundo de las barriadas pobres con respecto a los geopolitólogos y responsables internacionales con una visión tradicional…

TE.- …y también sobre el calentamiento global.

MD.- Sí, puesto que se dan cuenta de la inestabilidad potencial que creará, y acaso también están valorando los cambios ventajosos que puede producir en los equilibrios de poder internacionales.

Lo que han demostrado los Estados Unidos en los últimos años es una extraordinaria capacidad para noquear la organización jerárquica de la ciudad moderna, atacar sus infraestructuras básicas y sus puntos de interconexión, borrar las emisoras de televisión y bloquear los puentes y las vías de suministro energético. Las bombas inteligentes pueden hacerlo, pero simultáneamente el Pentágono ha descubierto que esto no es aplicable a la periferia de barriadas pobres, a las zonas laberínticas, casi desconocidas, sobre las que no existen mapas, en las que no hay jerarquías definidas, que carecen de infraestructuras centralizadas y de edificios altos. Existe una clase muy singular de literatura militar tratando de adivinar qué es lo que el Pentágono ve como la tierra incógnita de este siglo, que hoy en día está representada por las barriadas pobres de Karachi, Puerto Príncipe y Bagdad. Todo esto remite a la experiencia de Mogadiscio (en 1993), que supuso un gran conmoción para los Estados Unidos y mostró que los métodos de guerra urbana tradicionales no funcionaban en las barriadas degradadas.

TE.- Aunque casi nadie lo mencione, en las calles de Mogadiscio, además de algunos soldados estadounidenses, también perecieron un número indeterminado pero elevado, como mínimo unos cuantos centenares, de somalíes.

MD.- Podemos cometer carnicerías a gran escala, asesinando con relativa facilidad a centenares de personas. Lo que no sabemos hacer es cortar con precisión quirúrgica los nudos de interconexión básicos, puesto que éstos apenas existen. Porque ni estamos lidiando con un sistema que tiene un espacio jerarquizado, ni generalmente tratamos tampoco con organizaciones con estructuras jerárquicas. No estoy muy seguro de que el Consejo de Seguridad Nacional lo comprenda, pero para muchos estrategas militares es una obviedad. Si se leen los análisis del Army War College, por ejemplo, se descubre una geopolítica muy distinta de la que ha desarrollado el gobierno de Bush. Los encargados de planificar las guerras no hacen hincapié en ejes del mal o en supuestas conspiraciones, sino que ponen el énfasis en la realidad del terreno: esto es, en la expansión descontrolada de las barriadas pobres periféricas y en las oportunidades que éstas proporcionan a una miríada de opositores –barones de la droga, al-Qaeda, organizaciones revolucionarias, grupos religiosos– para conseguir hacerse fuertes en esos feudos. Utilizan tecnología GIS (Geographic Information System) y satélites para completar la información que les falta, puesto que normalmente el Estado sabe muy poco sobre sus propias barriadas pobres periféricas.

El asunto del metabolismo de la violencia entre la ciudad de barriadas pobres y la ciudad imperial está conectado con una cuestión más profunda, la cuestión de la capacidad de acción humana. ¿De qué modo esta inmensa minoría de la humanidad que ahora vive en las ciudades, pero que está desterrada de la economía formal del mundo, podrá encontrar su futuro? ¿Qué capacidad tiene para actuar en sentido histórico? La clase obrera tradicional –como dejó bien claro Marx en el Manifiesto Comunista– era una clase revolucionaria por dos razones: porque no participaba en el orden existente, pero también porque estaba centralizada por el proceso moderno de producción industrial. Tenía un enorme poder social potencial para convocar huelgas, para simplemente detener la producción, para tomar las fábricas.

Bien, pues ahora tenemos una clase trabajadora informal que no ocupa ningún lugar estratégico en el sistema productivo, en la economía, que sin embargo ha descubierto un nuevo poder social, el poder de trastornar la ciudad, de realizar actos significativos en la ciudad, que van desde la no-violencia creativa de las gentes de El Alto –la enorme barriada gemela de La Paz, en Bolivia, donde los residentes regularmente levantan barricadas en la carretera que va al aeropuerto, o cortan las vías de transporte para hacer oír sus demandas–, hasta la utilización, que se ha universalizado, de los coches bomba por parte de nacionalistas y grupos sectarios, a fin de golpear barrios de clase media, distritos financieros e incluso zonas francas protegidas. Pienso que hay diversos experimentos por doquier, ensayos de búsqueda de la forma más eficaz de utilizar el poder de subvertir la ciudad.

TE.- Te contaré cuál sospecho que es el mayor poder subveriso actual: el poder de poner en jaque los flujos de energía. La gente pobre es capaz de realizar acciones muy eficaces con muy poca tecnología a lo largo de miles de kilómetros de tuberías de petróleo y gas en todo el planeta que carecen de la más mínima protección.

MD.- Ya se pueden ver elementos de una campaña incipiente. Sólo en el último mes se ha producido un atentado con coche bomba en la refinería de petróleo más importante de Arabia Saudita y ha estallado el primer coche bomba en el delta del Níger, en Nigeria. Nadie salió herido, pero hizo subir los precios del petróleo.

TE.- Terminas Planeta de ciudades miseria con esta observación: "Si el imperio puede utilizar tecnologías orwellianas de represión, sus marginados tienen a los dioses del caos de su parte".

MD.- El caos no siempre entraña una fuerza maligna. El peor escenario imaginable siempre es aquél en que la gente es silenciada. Su destierro se hace permanente. Se está produciendo una selección implícita de la humanidad. Se designa a las personas que deben morir y se olvida el asunto del mismo modo que olvidamos el holocausto del SIDA o que acabamos siendo inmunes a las llamadas de socorro de las hambrunas.

Hay que despertar al resto del mundo, y los pobres de las ciudades miseria y las barriadas degradadas están experimentando con un amplio abanico de ideologías, plataformas y modos de utilización del desorden: desde ataques casi apocalípticos contra la propia modernidad hasta atentados de vanguardia para inventar nuevas modernidades, nuevas clases de movimientos sociales. Pero uno de los problemas fundamentales estriba en que, cuando se tiene a tanta gente luchando por puestos de trabajo y espacio, la forma obvia de regularlos es mediante el surgimiento de padrinos, jefes tribales, líderes étnicos, que operan sobre principios de exclusión étnica, religiosa o racial. Eso tiende a crear guerras autoperpetuantes, casi eternas, entre los propios pobres. De modo que en la misma ciudad pobre puede hallarse una multiplicidad de tendencias contradictorias (gentes adorando al Fantasma Sagrado, o uniéndose en bandas callejeras, o formando parte de organizaciones sociales radicales, o convirtiéndose en clientes de políticos sectarios o populistas).

TE.- Sólo una observación final. A menudo se te califica de apocalíptico, de profeta de la desesperanza, de catastrofista, pero casi siempre escribes sobre la contribución que hacen los humanos a la catástrofe, sobre cómo rechazamos afrontar las realidades de nuestro mundo. De modo que, en mi opinión, tu trabajo siempre tiene un elemento provechoso, siempre hay algo de esperanzador en él. Al fin y al cabo, si los humanos tienen parte de responsabilidad en lo que ocurre, es obvio que algo podemos hacer para evitar que eso ocurra o para abordarlo de una forma distinta.

MD.- Bueno, mi obligación es tratar de ser lo más claro y honrado posible sobre qué creo, sobre las ideas que me han animado a realizar la investigación y que me han llevado a observar la realidad, siempre con la restricción de mi limitada experiencia vital. No me siento en absoluto obligado a edulcorar nada de lo que digo con pegotes de supuesto optimismo. En una ocasión alguien acusó a Ecología del miedo poco menos que de regocijarse en el Apocalipsis, lo que me llevó a pensar que o bien el libro estaba mal escrito, o bien estaba mal leído. Entre otras cosas que contradicen esa acusación, hay un capítulo sobre la literatura del Apocalipsis en Los Ángeles en el que dejé muy claro que el regocijo en el Apocalipsis normalmente tiende a ser una modalidad de voyeurismo racista.

Pero finalmente es importante recordar el verdadero significado del Apocalipsis en las religiones de la tradición abrahámica, el cual, al fin y al cabo, y al final de la historia, no es otra cosa que la revelación del texto real de la historia, de la narración real, no la escrita por las clases dominantes, por los escribas del poder. Es la historia escrita desde abajo. Por eso siempre he sentido mucho interés por las religiones de los oprimidos; por eso he prestado una gran atención a fenómenos como el Pentecostalismo, que algunos han considerado una atención poco crítica.

TE.- ¿Dirías, pues, que nuestro futuro colectivo parece abocado al desastre?

MD.- La ciudad es el arca en la que podríamos sobrevivir a la debacle medioambiental del próximo siglo. Las ciudades genuinamente urbanas son la forma medioambientalmente más eficiente que poseemos de existir en la naturaleza, puesto que pueden substituir el lujo público por el consumo privado o familiar. Pueden cuadrar el círculo entre la sostenibilidad medioambiental y un nivel de vida decente. Sin embargo, por muy grande que sea tu biblioteca o tu piscina, nunca llegará a tener las dimensiones de la Biblioteca Pública de Nueva York o las de una gran piscina pública. Ninguna mansión, ningún San Simeón, serán nunca equivalentes a Central Park o Broadway.

Sin embargo, uno de los mayores problemas radica en que estamos construyendo ciudades que no tienen cualidades genuinamente urbanas. En particular, las ciudades pobres consumen las áreas naturales y las cuencas hídricas imprescindibles para el funcionamiento de las ciudades como sistemas medioambientales, para su sostenibilidad ecológica, y las consumen tanto por la especulación privada destructiva como simplemente porque la pobreza tiende a ocupar cualquier espacio. En todo el mundo, la pobreza y el desarrollo de la especulación privada urbanizan las cuencas hídricas y los espacios verdes que las ciudades necesitan para tener un funcionamiento ecológico y ser verdaderamente urbanas. Como resultado, las ciudades pobres cada vez son más vulnerables ante los desastres, las pandemias y la catastrófica escasez de recursos, especialmente de agua.

En sentido contrario, la mejor forma de afrontar el cambio medioambiental global es reinvirtiendo –masivamente– recursos en las infraestructuras sociales y físicas de nuestras ciudades, para así poder también reemplear a decenas de millones de jóvenes pobres. No debería caer en saco roto que Jane Jacobs –que tan claramente vio que la riqueza de las naciones se crea en las ciudades, y no en las naciones– haya dedicado su último y deslumbrante libro al espectro de la época oscura que está por llegar.

* FONTE: Tomdispatch, mayo 2006, Sin Permiso, 21/05/06.

Traducción de Jordi Mundo

 

 

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